sábado, 21 de junio de 2008

De que je voudrais savoir pourquoi la pluie ne m'a pas touché

Hace rato, después de uno de los momentos más hostiles de mi vida protagonizado por un desdichado conductor de autobuses, caminaba de regreso a casa cuando comenzó a llover: gotas grandes, gruesas, espesas, constantes. Apenas después de 5 minutos de lluvia, muchas camisas ya estaban pegadas al cuerpo de sus portadores, la calle parecía hervir entre los corredores y las gotas que salpicaban, haciéndo más gotas; en los siguientes 5 minutos la calle estaba desierta.

Seguí mi camino, más preocupada por mi NoEstancia en los sitios en los que habité el día que por la presencia del agua en mi ropa. Deseé haber cargado con un suéter más cubridor. Deseé haberme puesto unos zapatos que no fueran los que llevaba. Deseé permanecer en su Yo. Deseé quedarme a la mitad del tramo. Deseé sentir la lluvia en la piel.

Aquí fue cuando me percaté de lo sucedido.

Revisé mi ropa con toda la minucia que un cruce de calles me pudieron permitir para darme cuenta de que no estaban tan mojadas como el aguacero que recién había caído ameritaba. Probablemente caminé bajo los aleros, pensé. Probablemente no le di tiempo a la lluvia de conversar conmigo... no, esta vez caminé lento, me refuté. Probablemente caminé junto a alguien que llevaba paraguas y sin darme cuenta me cubrió -aquí sonreí porque me pareció inverosímil incluso para mí misma, luego pensé en él y mi sonrisa se amplió-, rechacé un tanto divertida esta idea.

Al llegar a casa no hubo necesidad de quitarme un pantalón de valencianas empapadas; no tuve que darme un baño express, nadie me preguntó si me había mojado, aunque no me importó y en voz alta dije No, no me mojé, más por la sorpresa que por la costumbre; no revisé mis libros para valorar daños; no pensé en algún posible resfriado ni me acordé que no sé en dónde están las ampicilinas; en fin, sólo llegué a casa, pronuncié una respuesta que nadie me pidió y me senté a cenar.

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