lunes, 24 de septiembre de 2007

Cosas... cosas...

Se siente bien. Se siente bien. Me gusta tu espacio. Me gusta el espacio que me ocupas. Me gusta. Me gusta.

Tus-Mis orugas

No se me pudo ocurrir mejor descripción para una boca suya: labiecitos de oruga. Y pensar que antes me caían mal esos bichos. Bueno, nunca tanto como ‘mal’, no; nunca me causaron sensaciones desagradables, nunca pensé en aplastarlos, pero me eran completamente indiferentes. Ahora las veo por todos lados… y mientras estén ahí -estáticos, inamovibles, en constante movimiento, extendiendo sus arruguitas en cada sonrisa, encogiéndose de cuando en cuando por lo interesante de las O cuando hablan de ti, o mejor aún, la curiosa forma de las U cuando me preguntan por mí- no pienso alejar de ellas lo nocturno de mis ojillos-caracoles.

Háblame de ti.

Quiero saber qué me pueden decir de ti tus-mis orugas.
Tus-Mis orugas, porque a pesar de que son tuyas de nacimiento, son mías por adopción/nacionalización/fascinación.

martes, 4 de septiembre de 2007

Para medir la existencia

Todo eso que somos... Cuánta variedad en una sola persona.

Igual que uno tiene consciencia de su cara cuando mira un espejo, la única manera de medir la propia existencia es mediante los ojos ajenos. Qué curioso que para saber de uno mismo tenga que escuchar qué es para los demás. Vamos, no pretendo entablar una dependencia con la opinión ajena, lo que digo es que uno siempre está ocupado viviendo (y complicándose la vida), siempre ocupados en comer, en dormir lo que se pueda, en pensar, en leer, etc., etc., que nunca nos damos cuenta totalmente de lo que representa la existencia... Y es que, no podemos dejar de lado que vivimos acorralados por personas, todo el tiempo presentes, tanto que yo no soy yo sin los que me rodean -y rodearon alguna vez-...

Y pensar que para eso nacemos... Desde siempre, nuestros padres nos moldean a cómo ellos fueron moldeados; vamos a la escuela desde pequeños para aprender a socializar, para poco a poco mimetizarnos con los demás, para seguir reglas de cientos de años que nos permitan adaptarnos al personaje contiguo; aprendemos a hablar (es decir, a dominar sonidos y grafías que nos permitan develar nuestro mundo interno) y así, más por la fuerza de la costumbre que por decisión propia, nos vamos convirtiendo en un pedacito de muchas personas, conocidas o desconocidas –ya sabes, con eso de la genética, resulta que tienes cosas en común con gente que vivió 100 años antes de que nacieras- y vamos armando con piezas no propias ese rompecabezas que de repente, al mirarte con detenimiento, te das cuenta que eres.

Mentira el ‘individuo’. Vil mentira. Así que si un día de ocio quieres medir tu existencia, voltea a ver al que tienes al lado y pregúntale si ya la había notado.