No se me pudo ocurrir mejor descripción para una boca suya: labiecitos de oruga. Y pensar que antes me caían mal esos bichos. Bueno, nunca tanto como ‘mal’, no; nunca me causaron sensaciones desagradables, nunca pensé en aplastarlos, pero me eran completamente indiferentes. Ahora las veo por todos lados… y mientras estén ahí -estáticos, inamovibles, en constante movimiento, extendiendo sus arruguitas en cada sonrisa, encogiéndose de cuando en cuando por lo interesante de las O cuando hablan de ti, o mejor aún, la curiosa forma de las U cuando me preguntan por mí- no pienso alejar de ellas lo nocturno de mis ojillos-caracoles.
Háblame de ti.
Háblame de ti.
Quiero saber qué me pueden decir de ti tus-mis orugas.
Tus-Mis orugas, porque a pesar de que son tuyas de nacimiento, son mías por adopción/nacionalización/fascinación.
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