miércoles, 14 de enero de 2009

De las maravillas de la escuela

4:07 am. Únicamente mi paquete de gomitas, un termo anaranjado con café no lo suficientemente cargado, mi mano frotándome la cara somnolienta y la pila de papeles recordándome las cuartillas de los ensayos que me faltan. Únicamente nosotros habitamos este mundo.

A decir verdad, ya se me había olvidado cuán mortal puede ser un fin de semestre, por eso me aventé sin pensarlo a cursar todas las materias que se me antojaron, creo que para este que entra me voy a poner una grabadora que me diga todos los días: Nota para hoy, suavizar la vida con menos materias.

Un momento, voy a servirme más café. Listo.

A mi derecha, aprovechándose de mi constante parpadeo, la cama me coquetea descaradamente cuando tengo los ojos abiertos, mi celular me presiona iluminando la hora y mis manos se esfuerzan por teclear las letras correctas; a mi izquierda, la pared se ha vuelto de algodón, fresca y acogedora, las manchas de humedad que están a punto de desaparecer con el impermeabilizante -sí, al rato mueren- son pequeñas almohaditas que a veces juegan a ser constelaciones... todo me recuerda que en este momento es de noche, madrugada, deberías estar durmiendo, no deberías distraerte, deberías olvidarte de todo.

Nuevamente mi cabeza cede a las leyes de la gravedad por un par de segundos, sigo escuchando lo que soñé, viendo colores raros en mis ojos.

Me doy, quiero dormir. Ni siquiera estoy segura de estar escribiendo esto.