domingo, 16 de noviembre de 2008

Un día en noviembre

Una taza de café pierde su último sorbo de calor en la terraza, la silla, con mi cuerpo ausente, busca cobija en el cojín amarillo. La llovizna sigue viajando los tres pisos, igual que cuando estaba ahí.

Mis manos están tan frías como el aire que entra por la ventana abierta, los labios se humedecen para evitar la resequedad: error. Ahora están tan encendidos que arden.

Mientras toda la ciudad busca guardarse en casa, mi silla sigue en la puerta de la terraza, extrañando mi cuerpo. Como siempre, la comodidad propia le ha ganado el paso al bienestar ajeno. Yo me resguardo en la treceava canción. Edith Piaf sale ondulante a dar vueltas por mi recámara.

"Tal vez debí haberme unido a la Sociedad De Errantes En Días Fríos, probablemente mi cuerpo no necesitaría el cobijo del cojín amarillo como ahora."

El efecto del café caliente ha pasado, me doy cuenta cuando la veinteava canción llega acompañada de un breve temblorcillo en las piernas.



Voy por más.