lunes, 24 de octubre de 2011

Figuraciones

Estoy segura de que morí: hace dos minutos, o durante el desayuno con los Peñaloza, o en ese viaje.

Un cuchillo, una bala perdida, una explosión de esas que se ven en películas de alto presupuesto; un ataque dirigido hacia mí, o una mala decisión que afectaría la secuencia de hechos que me colocarían en el momento preciso en el que mi masa corporal se encuentre con un fragmento de metal lo suficientemente afilado como para poder penetrar mi cráneo, o bien, mi entrecejo (evitándome al fin la molestia de tener que cuidar la estética de una zona que ya para entonces estará sufriendo las incomodidades de la coagulación).

Vivo el momento mínimo del asesinado que no se sabe tal, perdido en su inconsciente, en el que recrea y sigue con su vida como si ese fatal episodio nunca hubiera existido, como si siguiera fresco en carnes y aliento.

Es por eso que en mi “ahora” pierdo memoria, por eso se diluyen mis sentidos, porque una vez que me reconozca como muerta, no me quedará sino desvanecerme en mis palabras. Tengo la esperanza de despertarme algún día, aunque temo que eso sucederá cuando termine de morir. Hay gente que vive proyectando que su muerte llegará un día; yo vivo conciente de que ya morí.

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