De Eduardo Antonio Parra hablo. Hoy tuve la oportunidad de observarlo y escucharlo a menos de un metro de distancia -en el receso- y como a un par de ídem -durante la charla.
Qué tipo, en verdad. Yo me lo imaginaba un poco más viejito, no tengo idea de por qué*... y más chaparrito. Pero no, resultar ser un hombrezote, como buen norteño. Porque él es un norteño. Súper sencillo, también.
Me encantó esta primera sesión de este primer módulo, si mañana sigue estando así de bueno este asunto, juro que compraré su antología y lo haré que la firme y le dé un beso con labial rojo a la primera página. Bueno, lo del labial se verá. Ahora, lo interesante de todo esto, es que a pesar de haber visto ya algunos cuantos escritores dando charlas, conferencias, durmiéndose en los homenajes que Vila-Matas les hace por sus premios Cervantes, o nomás adornando algún estrado con su presencia magistral; bueno, jamás había sentido la venita de ir corriendo a comprar sus libros para que me los firmaran ipso facto. Nanais. Hasta barbericidad se me hace.
Pero bueno, lo que no sabía era que, en realidad, estaba esperando con ansias a que Eduardo Antonio Parra apareciera en escena, para sentir ya cómo la mano mía buscaba el labial rojo para propinarle una buena embarradita en la boca, al mismo tiempo de poner cara de borrego a medio morir y acercarle mi edición de Era a la cara...
En fin, ya estoy delirando otra vez. Lo que quiero decir, es que con él si doblé las manitas. Ahora soy una groupie asquerosa.
Guácala.
*Falta la página 17, maldito GoogleBooks.
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