La brisa en su nariz hizo que abriera los ojos, tuvo miedo de la caravana de nubes oscuras, eléctricas, que descubrió avanzando con sigilo; pensaban, seguramente, estallar sobre un árbol dormido.
Sentía la vida y sus espasmos en las raíces, tal vez si se concentraba en los ruidos de los gusanos que se abrían paso por la humedad de la tierra recuperaría su serenidad: escuchaba crujir los capullos y salir a las larvas en ese calor que sólo se le reserva a lo profundo. En algún momento, se supo poseedora de vida y muerte: empezó a sudar resina color lluvia, las hojas se caían, verdes, para perderse en el viento, la vida subterránea huía vibrando de sus pies.
Entonces se dio cuenta de que el calor de la tierra era nulo, a comparación del que le había dado la conclusión de su razonamiento: la vida y la muerte no podrían convivir dentro de ella, habría que separarles a la brevedad.
Desde el cenit de su cuerpo, un golpe de luz llevó a cabo sus deseos.
* * *
Cerró los ojos y se soñó rayo.
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