viernes, 12 de junio de 2009

De episodios nocturnos

Cerró los ojos y se soñó árbol. Se vio palpitante, ensortijada. Recorrió las nuevas arrugas en su piel; comenzando desde arriba, siguió con las puntas de los dedos los laberintos que la corteza le dibujaban al tacto. Poco a poco fue tomando conciencia de su cuerpo, la ligereza de la fronda –que se le reveló en púrpura- fue la primera sorpresa, luego fueron las punzadas de dolor producidas por las hojas que se desprendían de su cuerpo, sabía que la muerte las esperaba apenas se volvieran juguetes del aire.

La brisa en su nariz hizo que abriera los ojos, tuvo miedo de la caravana de nubes oscuras, eléctricas, que descubrió avanzando con sigilo; pensaban, seguramente, estallar sobre un árbol dormido.

Sentía la vida y sus espasmos en las raíces, tal vez si se concentraba en los ruidos de los gusanos que se abrían paso por la humedad de la tierra recuperaría su serenidad: escuchaba crujir los capullos y salir a las larvas en ese calor que sólo se le reserva a lo profundo. En algún momento, se supo poseedora de vida y muerte: empezó a sudar resina color lluvia, las hojas se caían, verdes, para perderse en el viento, la vida subterránea huía vibrando de sus pies.

Entonces se dio cuenta de que el calor de la tierra era nulo, a comparación del que le había dado la conclusión de su razonamiento: la vida y la muerte no podrían convivir dentro de ella, habría que separarles a la brevedad.

Desde el cenit de su cuerpo, un golpe de luz llevó a cabo sus deseos.

* * *

Cerró los ojos y se soñó rayo.

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