martes, 3 de marzo de 2009

¿Quién soy yo cuando escribo?

No lo sé, en ocasiones ni siquiera sé quién soy cuando hablo. Y eso que hablar es más espontáneo que escribir.

A veces cuando mis ideas me clavan sus aguijones, todas al mismo tiempo, me encierro en el baño a hablar; no obstante, no hablo conmigo, sino con alguien más. Dice Puig que todas las personas cuando están solas parecen locas, y tiene razón, no imagino cómo me veré hablando francés encerrada en el baño. En cerrada.

Sé que al menos hay otras cuatro Yo en el mundo: una por cada continente; unidas por un hilo invisible que une nuestras cabezas por la coronilla, el cénit de mi –nuestro- cuerpo, sé que cuando las ideas pican como aguijones que hinchan el cerebro ellas, las otras, vienen a mí, mientras yo, concentrada en la mirada de la chica que tengo frente al espejo les desmenuzo, aguijón por aguijón, veneno por veneno, y ellas me acarician el cabello y la frente, me toman de las manos y me besan los ojos –por eso tampoco puedo reconocerlos- y yo hablo. Tanto que ni ellas me entienden, aunque pensar esto es una tontería, porque todas ellas soy yo, que me visito desde lugares impensables, con climas y colores de ojos diferentes, pero todas y yo la misma.

Es una reintegración; no, es una revelación; no, más bien es una posesión.

Y yo y todas terminamos repletas de fertilidad, de veneno convertido en tinta, de ganas de crear, parturientas, sudorosas y con las manos frías de dolencias, de la blancura del papel.

Que quién soy yo cuando escribo. Ni siquiera sé cuántas soy cuando hablo.

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