Llevo años huyendo de la Madurez.
Esa maldita… es peor que cualquier tipo de viruela o que la mismísima lepra; me persigue constantemente, me atosiga, y cuando al fin logra alcanzarme, la muy desgraciada, se comporta como una damisela impecable: ni se inmuta, nunca se retuerce de risa con mis tropezones, no se burla de mí cuando lloro, no me echa miradas de desprecio cuando me abstengo de hacer una broma pesada… nada; se limita a hacerme pensar cosas como “es por la edad”, “falta de experiencia”, “después te puedes arrepentir”, y la peor de todas: “no hagas lo que no quisieras que te hagan, porque te expones a que te salgan con la misma”.
Parece que la veo, con su gesto imperturbable, hablando con toda la parsimonia existente, como si no supiera que el tiempo apremia y no debe gastársele con discursos de los que a la larga también es posible arrepentirse.
Hoy me le he escapado cuando alguien me hizo notar un detalle cómico en la forma de caminar de una persona... y ya estaba, sentí que se desprendía de mí una vez más y pude reírme con libertad. Yo corrí lo suficiente como para que se hartara de perseguirme, incluso traté de perderla, pero siempre me mantuvo en la mira, la cínica, y entonces sí se burlaba. Es mil veces peor que yo, me molesta, me atosiga, me hace pensar cosas con el firme motivo de irritarme, me distrae cuando le debo prestar atención de tiempo completo a Leech o a la semántica cognitiva… Caray, a ver cuándo me libro de sus jueguitos; tal vez cuando me deje alcanzar para siempre. Nah, para eso falta toda la historia de la humanidad, o que decida a hacerme responsable de mí misma… aquí la empiezo a sentir cómo se me adhiere a la piel… Maldita, maldita. Ella se adhiere a mí y yo que me quiero desprender de ella.
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